Ciencia y caridad
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Abstract
Ciencia y caridad … Pablo Picasso, en su juventud, plasma la esencia de la vocación médica
Ciencia y caridad es una pintura al óleo realizada por Pablo Ruiz Picasso en 1897 en Barcelona, mide 197 x 249.5 cm; actualmente forma parte de la colección permanente del Museo Picasso de Barcelona (Figura 1). Se trata de una de las obras más representativas de la etapa de formación del artista; la pintó a la edad de 16 años.
La escena se desarrolla en una habitación de aspecto muy humilde, lúgubre, poco iluminada, la ventana permanece cerrada y la decoración es sobria, prácticamente desnuda; un cuadro cuelga de la pared, excesivamente elaborado, su marco contrasta con la sencillez del habitáculo. Al centro yace una mujer postrada en una cama, cubierta con una colcha amarillo verdosa, su rostro caquéctico, pálido, evidencia lo avanzado de su enfermedad; su mirada traduce la tristeza de presentir el final de su camino, sus manos se muestran adelgazadas. A su izquierda una monja, representación de la vocación de muchas órdenes religiosas de dar atención a los enfermos, en su brazo izquierdo sostiene a una niña, que se aferra con la mano izquierda a su pecho, seguramente sintiendo una gran angustia al ver la dolorosa imagen de su madre; la mano derecha de la religiosa, extendida, ofrece a la mujer una taza.
En primer plano, a su derecha, la imagen de un médico, elegantemente vestido, su mano izquierda toma el pulso de la mujer, la derecha aprisiona un reloj de mano con el que registra la frecuencia de las pulsaciones. Picasso plasma a la perfección el ambiente recargado de la estancia que invita al descanso y el recogimiento a través de una luz tenue y una gama cromática oscura en la que destaca sobremanera la palidez de la enferma. Algunos analistas resaltan la importancia que el artista da a las manos de los personajes, manos de hombre, mujer, niño, que en su postura reflejan el momento emocional del personaje.
En 1896 Picasso había recibido muy buenas críticas por su obra La Primera Comunión, presentada en la tercera exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas de Barcelona. Este hecho animó a su padre a alquilar un taller para su hijo en el número 4 de la calle de la Plata del Barrio de la Ribera, cerca de la residencia familiar en la calle Mercè. En este taller fue donde pintaría Ciencia y caridad.
En su obra Picasso representa en la figura del médico a su padre, José Ruiz Blasco, la enferma y el niño son dos personajes humildes del barrio, contratados como modelos, y la religiosa una amistad que porta el hábito prestado por una monja amiga de la familia, representando el socorro asistencial.
Ciencia y caridad es el segundo de tres cuadros creados por Picasso en este periodo que trata sobre la enfermedad; los otros se titulan La mujer enferma (1894) y Últimos momentos (1899).
Se cree que se inspiró en la obra La visita de la madre de Enrique Paternina, 1892 (Figura 2), y en Una sala del hospital durante la visita del médico jefe, del sevillano Luis Jiménez Aranda, 1889. Figura 3
Para preparar la obra, Picasso hizo varios apuntes previos y bocetos. El Museo Picasso conserva 6 de estos bocetos que son expuestos de forma rotativa en la colección permanente.
La composición de la obra, de grandes dimensiones, sigue una estructura clásica, donde todos los personajes están dispuestos de manera que el espectador centre la atención en la enferma; pero es en la representación del médico en donde Picasso plasma la conjunción de ciencia y caridad, principios fundamentales del ser médico en esa época. Se observa la cercanía de la relación médico-paciente, el hombre de ciencia sentado a un lado de la enferma, tomando su mano.
El médico, hasta esa época, trabajaba de forma independiente, era el protagonista único y central del servicio de salud, existían algunas boticas que complementaban su función y algunas instituciones hospitalarias, cuyo papel era más de caridad, de acompañar al enfermo en su sufrimiento y a bien morir; el médico era parte del engranaje funcional de cada familia y el tratante de las mismas por varias generaciones, era frecuente encontrarlo caminando por las calles, portando un maletín en la mano que contenía su armamento diagnóstico: un estetoscopio, una lámpara, quizá un estuche metálico con jeringas de cristal y varias agujas, que nunca tendrían una fecha de caducidad, y un recetario; se le veía detenerse y tocar a una puerta, entrar a una casa que seguramente le era familiar por sus visitas previas y entrar a una habitación para atender a un enfermo, a su lado la familia, que depositaba en él toda su confianza, sintiéndolo otro integrante más.
Sin embargo, la práctica de la Medicina no escapa a los patrones de comportamiento de la sociedad en las diferentes etapas de su historia y a finales del siglo XIX, con el surgimiento del capitalismo industrial, los profesionistas, hasta entonces liberales, asumieron el papel de profesionistas asalariados.
En el siglo XX, con el crecimiento demográfico y como respuesta a la demanda tan alta de servicios, surgió la Medicina institucional oficial, con beneficios indudables, pero con consultorios carentes de la calidez que ofrecía el recinto del médico de la familia, cuyo rostro desaparecía para dar cabida al de personajes en un principio desconocidos para el enfermo y frecuentemente cambiantes.
Por último, transitamos por la época posmoderna, época en la que los medios masivos de comunicación y la industria del consumo se convierten en centro de poder y el ejercicio de la medicina no es ajeno a estos patrones de conducta, modificando en forma significativa lo que durante muchos siglos fue la esencia de su ejercicio.
Los economistas y políticos, ante el comportamiento del sistema financiero y sus crisis, han planteado la modificación de los sistemas de salud vigentes, de tal forma que el cuidado de la salud se ha “industrializado” y los hospitales y clínicas funcionan bajo los mismos patrones de las fábricas modernas.
Con este tipo de esquemas el concepto de médico, con todo lo que ha significado a través de la historia, desaparece para aparecer ante la sociedad del siglo XXI como solo un proveedor, y el concepto de paciente es sustituido por el de consumidor, términos que claramente traducen el papel del médico en el sistema de salud actual, el deterioro al que hemos llevado la práctica de la Medicina, de ser un servicio primordialmente humanista a una mera transacción comercial.
Aquellos maletines, de conformación muy clásica, compañeros inseparables de los médicos, ya han desaparecido, afortunadamente aún podemos identificar médicos cuya práctica traduce la esencia de su vocación, “ser para los demás”, claridad de que su misión no tiene límites: “Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre”, médicos, que como bien dice el Dr. Gregorio Marañón, “tienen la conciencia cierta de que hasta donde no llega el saber, llega siempre el amor”, son esos médicos los que debemos rescatar y llevar como paradigmas a seguir a los profesionistas de la salud en formación, que los estudiantes de medicina conozcan, observen y analicen la pintura de Sir Luke Fildes, El Doctor (1891) y la de Picasso, Ciencia y caridad (1897) para que a su egreso luchen por rescatar la imagen del médico del siglo XIX, hoy muy deteriorada, y obtener de los enfermos, no solo una retribución económica, muy legítima, sino también respeto y afecto.
Una vez que Picasso terminó la pintura, en donde se conjuntan la ciencia y caridad en los personajes del médico y la religiosa, se presentó en la Exposición General de Bellas Artes de 1897 en Madrid, en la que obtuvo una mención honorífica y posteriormente en la Exposición Provincial de Málaga del mismo año recibió la medalla de oro. Cuando terminó la muestra la obra permaneció en Málaga, en el domicilio de Salvador Ruiz Blasco, tío de Picasso, hasta que éste murió en 1918 y su viuda la envió a Barcelona, donde estuvo colgada en el domicilio de la familia Vilató Ruiz en el Paseo de Gracia hasta que el artista la donó al museo, junto con otras obras.
Es una obra de la época juvenil del artista, vinculada con el realismo social, última que pintó relacionada con la estética academicista. Pocos años después Picasso implementó el cubismo, que rompió con el último estatuto renacentista a principios del siglo XX y dejó atrás las pinturas relacionadas con el realismo de su etapa de formación como artista.