Naamán se lava en el río Jordán
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Resumen
Naamán se lava en el río Jordán es una obra sobre cristales transparentes y de colores con detalles pintados y tinte amarillo, desde el claustro de la abadía de Mariawald (1521), al estilo del Maestro de Saint Severin. Sus dimensiones son 103 cm de alto, 70.1 cm de ancho, en estructura de metal con respaldo de plexiglás con c.239 1928, peso: 13.2 kg, profundidad de marco de 3.2 cm, altura de vista 69.6 cm, ancho de mira: 65.9 cm. Sus medidas y peso enmarcados son permisivo para galerías medievales y renacentistas. Su lugar de origen es la región del Bajo Rin (Alemania), actualmente se encuentra en Victoria & Albert Museum, Londres, Inglaterra.
Es una composición simétrica enmarcada por columnas de estilo renacentista (Figura 1). Naamán se baña en el río Jordán, en espera de la curación de su enfermedad. En las orillas está su séquito y un sirviente que sostiene su ropa. La figura de la izquierda tiene una túnica azul con medias rojas y mangas moradas; la figura de la derecha viste una túnica roja. Para la hierba se usa vidrio verde; el resto está pintado en grisalla y tinte amarillo sobre vidrio transparente, el lateral en cristal morado y cristal transparente pintado con grisalla y tinte amarillo.
Mariawald fue una abadía cisterciense fundada en 1480. Los cistercienses fueron una orden monástica establecida en 1098 en Borgoña en Citeaux. El fundador de los cistercienses se había separado de los benedictinos, que habían sido la primera orden monástica establecida en Europa, en el siglo VI. Durante luchas revolucionarias en Francia, muchas instituciones monásticas fueron “secularizadas” y sus edificios destruidos. La abadía de Mariawald se cerró en 1802 pero, afortunadamente, sus edificios, incluido el claustro, permanecen prácticamente intactos. Sin embargo, las vidrieras habían sido removidas y se cree que fueron compradas por John Christopher Hampp de Norwich.1 Hampp vendió los paneles de Mariawald a varias iglesias y coleccionistas privados. Muchos de éstos fueron comprados por el coleccionista Lord Brownlow, quien los instaló en su nueva capilla en Ashridge Park en Hertfordshire entre 1811 y 1831.1
En 1928 el contenido de Ashridge Park se vendió en una subasta y un coleccionista privado compró las vidrieras y las entregó al Museo Victoria y Alberto. Este panel es uno de muchos en este museo que proviene de los claustros de Mariawald. El acristalamiento de estos claustros comenzó alrededor de 1510 y se completó en el decenio de 1530. Cada ventana tenía dos paneles que representaban escenas del Antiguo Testamento y dos paneles con escenas del Nuevo Testamento.1
El Antiguo Testamento recoge entre los milagros realizados por Eliseo la curación de Naamán, el jefe del ejército del rey Aram. Justamente en uno de los libros históricos (II Reyes 5, 1-14) se narra la historia de este hombre que siguiendo las instrucciones de un mensajero del profeta se lava siete veces en el río Jordán transformando su carne lacerada por la lepra en la de un niño pequeño.2 Se explicita una analogía entre la curación de la enfermedad de Naamán al lavarse en las aguas del Jordán y la liberación del hombre del pecado original y el nacimiento a la vida espiritual por el agua bautismal.2
Durante siglos, la lepra ha sido una de las enfermedades que constantemente ha estado de la mano con la historia del ser humano. La imagen de esta enfermedad ha permanecido a través del tiempo; aún se asocia con mutilaciones, deformidad física y segregación.3 “La lepra no es sólo una enfermedad, para muchos individuos, es sinónimo de una terrible desfiguración y para las personas afectadas supone la exclusión de la sociedad y un declive hacia la pobreza”.3 El arte a través de los siglos no ha contribuido a eliminar los prejuicios de la enfermedad, castigo divino, enfermedad, pecado, el terror, el rechazo y la marginación social del afectado y su incurabilidad y obligatorio aislamiento, al basarse siempre en los textos bíblicos y leyendas orientales representando terribles imágenes de deformaciones e invalideces.4 Los primeros médicos griegos y romanos se preguntaron si la enfermedad era adquirida o hereditaria y durante siglos se especuló sobre ambas teorías.5 En 1874, Armauer Hansen, natural de Bergen (Noruega), país donde la lepra era epidémica, descubrió el bacilo productor de la enfermedad y demostró, como lo había sospechado, que la enfermedad era de carácter infeccioso.5 A pesar de este importante hecho científico, la lepra seguía siendo incurable hasta mitad del siglo XX, con la aplicación de las sulfonas entre 1941 y 1950, a las que siguieron clofazimina, rifampicina, quinolonas y minociclina, que administradas conjuntamente constituyen el multitratamiento que desde 1980 ha conducido a la curación de 14 millones de enfermos, un evidente descenso de nuevos casos, la curación sin secuelas, el tratamiento ambulatorio y el cierre de las leproserías.3