Leishmaniasis, la punta de lanza y un ejemplo palpable de migración humana, deforestación y ecoturismo

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Andrea del Mar Terronez Girón
Ana Paula Landeta-Sa
Alexandro Bonifaz

Resumen

El inmigrante mira hacia el futuro, dispuesto a aprovechar las oportunidades a su alcance


Isabel Allende


La naturaleza no castiga ni compensa, simplemente tiene consecuencias


Bob Ingersoll


Enero de 2024, y en los últimos seis meses han transitado por los pasillos del Hospital General de México más enfermos con leishmaniasis que en los 5 años previos. En un mundo desarrollado que facilita la transmisión a larga distancia de enfermedades como resultado del comercio y los desplazamientos internacionales, ¿resulta razonable hablar de regiones eco-epidemiológicas? ¿Es este evento un pico de iceberg, una punta de lanza, que nos advierte de una serie de fenómenos complejos?


El orbe está cambiando, lo que hace algunos años era un flujo a cuentagotas, ahora se ha convertido en un torrente, y prueba palmaria de ello es la metamorfosis geográfica que se advierte en enfermedades transmitidas por vectores como la leishmaniasis, perturbando conceptos centenarios como la estoica endemia. La “úlcera de los chicleros” se ha convertido en la úlcera de los cartógrafos, ingenieros, migrantes y de tantos otros que se relacionan en mayor o menor medida con la industria turística. El botón de Bahía en nuestro país casi confinado a la sofocante selva de la frontera sur actualmente circula por el Valle de México con sus trashumantes portadores que hacen una pausa en su travesía septentrional o vuelven a casa.1,2 ¿Cuándo uno iba a imaginar la presencia de la enfermedad y sus vectores en el norte de México?3 ¿Qué es lo que está sucediendo?


De ahí que escribir la historia clínica de un enfermo con leishmaniasis supone, en muchas ocasiones, narrar un éxodo originado por la devastación económica, rígidas regulaciones migratorias, violencia e inseguridad de muchas naciones como Venezuela, Haití, Afganistán, entre otras. La travesía migratoria con destino a América del Norte ha crecido en escala y complejidad a medida que persisten las causas fundamentales que la han originado y, por ello, las personas que deciden dejar sus países han aceptado arduas rutas migratorias, como el tapón del Darién, y la zozobra de incontables amenazas que conlleva ese andar.1,4


La selva del Darién, 500 kilómetros de un denso e inhóspito paisaje tropical que separa Colombia de Panamá, había intervenido como una colosal barrera natural entre Sudamérica y Centroamérica; con su frondosidad, calor e indómita geografía, contenía el paso hacia el norte de personas y de los padecimientos aunados a ellas. Se trata de la única ruta terrestre para llegar a Estados Unidos desde América del Sur: diez o más días de penosa caminata entre ríos profundos, desafiando la robustez de la selva a la sombra de grupos ilegales que hacen presencia en la zona.5


En 2023 más de quinientos mil migrantes han pasado por la encrucijada migratoria del Darién, una cifra sin precedentes que ha superado 77 veces el número de personas que lo hicieron en 2020.5 Como resultado de esta odisea, no es sorprendente que entre las cicatrices del inclemente viaje destaque la provocada por un adversario milimétrico: el flebotomino, como remembranza indeleble del precio pagado en la empresa de buscar una vida mejor.5,6


El imparable flujo migratorio por el Darién no representa la única vertiente de los casos de leishmaniasis que se encuentran en aumento evidente en nuestro hospital. En junio de 2020 comenzó el colosal proyecto del Tren Maya, con más de 1500 kilómetros de vías férreas atravesando la frondosidad de la península de Yucatán, Chiapas y Tabasco. Por primera vez, las ceibas, cedros y chakás fueron testigos al mismo tiempo que víctimas de un despliegue de hombres y máquinas con el fin de cambiar la verde savia por arterias de metal.


La construcción del Tren Maya se llevó a cabo con el trabajo de más de 100,000 personas provenientes no sólo de la región, sino de estados del centro y norte del país, expuestos a la fauna local con poca o nada de protección y resultando en el brote de leishmaniasis cutánea en 2022 que marcó el inicio de un viraje epidemiológico cuyas consecuencias apenas esbozamos y todavía no es posible calcular; nunca más lapidaria la frase del librepensador Bob Ingersoll (1833-1899), que escrita en futuro, nos dará una idea precisa: La naturaleza no castigará ni compensará, simplemente tendrá consecuencias.


Más allá de las catástrofes sociales y ambientales alrededor de las que orbitan los nuevos casos de leishmaniasis, la tendencia, cada vez más en voga de experiencias turísticas ecológicas, alternativas y de observación del ambiente natural deriva en exposiciones deliberadas que muchas veces rayan en la negligencia y que contribuyen dando el carácter de errante a la enfermedad.2,7


Los migrantes continúan en movimiento, el Tren Maya ya está en marcha y los excursionistas osados seguirán adentrándose en territorios salvajes hasta encontrar la fotografía merecedora de infinitos “me gusta”. Surge entonces la necesidad de adaptar políticas para proteger la salud de las personas y resulta apremiante desempolvar el capítulo de las endemias y esperar encontrarlas en lugares insospechados.


En resumen, la galopante migración, la irracional deforestación y el ecoturismo absurdo nos harán aparecer una serie de padecimientos infecciosos en zonas en las que no son frecuentes y, por tanto, ni las pensamos y quizá ni los recursos de diagnóstico tenemos.

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Editorial