El viejo pescador (parte 1)

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Pablo Campos Macías

Resumen

…un viejo pescador atrapado en los pinceles de Tivadar Kosztka Csontváry… crónica artística de un fotodaño



El viejo pescador es un retrato en óleo sobre tela pintado por Tivadar Kosztka Csontváry en 1902, mide 59.5 cm de altura por 45 cm de ancho y forma parte de la colección del Ottó Herman Museum, Miskolc, Hungría. Figura 1


La obra adquirió más relevancia posterior a la muerte del autor, revistiéndola de misterio, y quizá de un significado oculto, cuestionamientos que surgieron al descubrir que colocando un espejo en la mitad del lienzo se observan dos caras diferentes, la del lado derecho, lo que para el autor era la imagen de Dios, la de lado izquierdo, manifestando un rostro diabólico. Un juego, el cuadro-espejo que, según algunos intérpretes, vincula al místico Tivadar Kosztka Csontváry con autores como Arcimboldo o muchos del barroco que investigaron con ilusiones ópticas y trampantojos.


Más allá de estas interpretaciones, que pudieran rebasar el verdadero sentido que el autor quiso plasmar, es evidente la majestuosidad con la que Kosztka hace un testimonio pictórico de lo que fue el día a día de un pescador, que en su barcaza, bajo los incandescentes rayos solares, trataba de rescatar en sus redes la mercancía marina para la manutención, el pan, el vestido de su familia. Es evidente en su fisonomía el cronograma del camino recorrido, su vestuario, muy sencillo, oscuro de manga larga y una capa; sus manos, hartas del esfuerzo por rescatar el botín robado de las entrañas del mar, descansan sobre la empuñadura de un bordón. Su rostro coronado por una boina muestra una poblada barba blanca, una nariz aguileña y una mirada que se pierde intrigante en el rostro del espectador. Su piel es la evidencia contundente de su vida en altamar, engrosada, con arrugas prominentes y mejillas sonrosadas. Al fondo, su hogar, un azul océano que rompe en las playas que colindan con una hilera de casas que presumen altas chimeneas, traduciendo un gélido clima. Al fondo altas montañas que rebasan una andanada de nubes.


La pintura de Kosztka bien pudiera ser integrada a los libros de texto de dermatología en el capítulo de fotodermatosis.


La piel humana, al igual que otros órganos, sufre un envejecimiento cronológico natural; a diferencia del resto de los tejidos, su envejecimiento es resultado de la interacción de factores genéticos y factores no genéticos, denominados “exponenciales” (factores externos que actúan sobre el genoma a lo largo de la vida). La exposición solar crónica es el factor exponencial más importante para la aparición del fotoenvejecimiento. De las radiaciones solares que penetran a la superficie terrestre, las que tienen un potencial más agresivo son las ultravioleta (RUV), que constituyen un 10%, la luz visible del 30 al 40% y las radiaciones rojas/infrarrojas el 50%. Del espectro ultravioleta, las de menor longitud de onda (180-220 nm) UVC, las más letales para toda célula, son absorbidas por la capa de ozono en la estratosfera. Los rayos UVB (290-320 nm), que significan el 10% de las RUV, producen eritema y cambios en las células epidérmicas con un potencial importante de foto-carcinogénesis; los rayos UVA (320-400 nm), que significan el mayor porcentaje de las RUV, un 90%, penetran profundamente a la dermis, induciendo cambios en el tejido conectivo, degradación del colágeno y alteraciones en los fibroblastos, además de las alteraciones en la pigmentación características de la piel senil. Tienen, en menor grado que las radiaciones UVB, potencial de foto-carcinogénesis; sin embargo, adquieren importancia al incidir en una proporción mucho mayor. Hay evidencia de que la luz visible, principalmente la fracción azul en sus longitudes de onda más cortas (400-440 nm), y una fracción de los rayos infrarrojos (760-1200 nm) causan daño tisular (la banda azul en el globo ocular) y participan en el proceso de envejecimiento prematuro de la piel.


La intensidad del daño producido por este factor exponencial, las radiaciones solares, está condicionado por diversas variables, el tiempo de exposición a través de los años (ocupacional o recreativa) y la altitud y latitud a la que se reciben. A su vez, su efecto es regulado por factores genéticos inherentes a cada persona, principalmente el grado de pigmentación de la piel que está determinado por la producción un pigmento sintetizado por las células melanocíticas, la melanina, que protege de los efectos nocivos de UVA, UVB y luz visible. Un daño más importante se hace evidente en personas con poca pigmentación, quemaduras ante exposiciones intensas, sin fotoprotección y con la exposición crónica hay mayor incidencia de lesiones precancerosas, cáncer de piel y envejecimiento prematuro.


Los efectos agudos de las radiaciones son reversibles, los cambios degenerativos crónicos tienden a acumularse en los tejidos. Como mecanismo de defensa, la capa córnea, la más superficial de la epidermis, que en condiciones normales bloquea un porcentaje de la UVB, aumenta su espesor, este efecto se manifiesta por un aspecto engrosado de la piel, muy evidente en el rostro del viejo pescador. El resto de la epidermis se adelgaza, la unión dermoepidérmica se aplana y debilita, sus células, rebasadas por la capacidad de reparación, sufren daños cromosómicos e inicia un proceso de carcinogénesis, manifestado por lesiones precancerosas, las queratosis actínicas y cáncer de piel; los melanocitos disminuyen en número y sufren alteraciones funcionales que se manifiestan por lesiones hipocrómicas puntatas en los antebrazos, manchas oscuras (lentigos solares), así como un incremento en la producción de melanina para tratar de contener el daño de las radiaciones solares, que se traduce en aumento en la pigmentación en la piel expuesta al sol, evidente en la cara y los antebrazos del viejo marino. La capa profunda de la piel, la dermis, sufre degradación del tejido conectivo, alteraciones en las fibras elásticas y de colágena, todo lo anterior, aunado a disminución del tejido adiposo subyacente, lo que se traduce en una piel flácida con incremento en las líneas de expresión, apareciendo profundas arrugas en la cara, la manifestación más llamativa plasmada por el artista en el rostro de su personaje.


De Tivadar Kosztka Csontváry hay pocos datos biográficos, nació el 5 de julio de 1853 en Kisszeben. Su profesión inicial fue de farmacéutico, a los 27 años se inició en la pintura posterior a una visión mística que le reveló que sería un gran artista, logro que alcanzó dentro del movimiento expresionista, sin llegar a ser muy relevante por su personalidad, su carácter solitario; padeció esquizofrenia progresiva con marcados delirios religiosos, tras los cuales tal vez surgió la misteriosa imagen en espejo de El viejo pescador. Pintó más de un centenar de imágenes, entre las que destaca su emblemático Cedro solitario (1907). Su arte conectó con el posimpresionismo y el expresionismo, aunque fue autodidacta y su estilo es difícilmente clasificable. Aun así, ha pasado a la historia como uno de los más importantes pintores húngaros. Falleció a los 66 años el 20 de junio de 1919 en Budapest.

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Arte